Cascaritas de naranja


ANGÉLICA PARRA OLIVARES 

La única vez que vi a Salvador Allende, y la última, fue el veinte de Agosto de 1973. Yo vivía en Chillán Viejo frente a la casa donde había nacido Bernardo O'Higgins. Con mis hermanos y amigos nos subimos con banderas al techo de nuestra casa y armamos un griterío infernal pues los gritos de los opositores eran tan sonoros como los nuestros. De pronto sucedió lo increíble. El presidente miró hacia nuestro techo y levantó la mano en señal de saludo.

No sabíamos que no lo veríamos nunca más, pero esa imagen, la del hombre que caminaba erguido y con la banda presidencial cruzada sobre su pecho sería una imagen que se nos quedaría clavada en nuestro corazón de adolescentes rebeldes.

Hoy estoy en Chillán y mañana se hará el mismo ceremonial, pero ya no me subiré al mismo techo. Los amigos se desperdigaron por el mundo y el sueño colectivo se esfumó. Hoy boto cascaritas de naranja al agua para ver florecer el arcoiris. Sólo eso me quedó. Y el amargo sabor de la traición.

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