Dejémonos de llorar

JUAN PABLO JIMÉNEZ -.

“¿Soy mapuche o español?”... Mientras escribo sobre el libro de Narea escucho a Jorge González. Me acuerdo que hace poco ella me dijo varias veces que me amo demasiado a mí mismo y con esa tontera me acuerdo que Narea en su libro autopornográfico cuenta que cuando González intentó suicidarse dijo: “lo hice porque me amo demasiado a mí mismo”. Y me acuerdo de la primera biografía no autorizada de Los Prisioneros donde Freddy Stock contó la dura: el quiebre de la banda más importante de la historia de la música chilena –aunque a algunos les moleste– está basado no solo en la pasividad de Claudio Narea, sino sobre todo, en que González se acostaba con la esposa del guitarrista. 

Y este libro, “Mi Vida Como Prisionero”, cuenta el lado de las cosas vistas por los ojos de Narea, el guitarrista de la banda, el “alma” de Los Prisioneros como dijeron algunos periodistas tontos de tarántula… o sea, de farándula. Lo que pasa es que los genios viven disconformes con todo (me refiero a González por si acaso). Y lo peor es que los genios se equivocan demasiado; muchísimo más que los artistas correctitos que inclusos son declarados Sir por la Reina. Todo les aburre. Nada los llena. Vean a Charly. Tienen problemas psicológicos y eso los atormenta incluso sin saberlo. Y Narea tal vez no supo nunca leer eso. A Miguel Tapia no lo contamos porque siempre fue, como dijo Víctor Jara en su canción, ni chicha ni limoná. Un tiempo para el lado de Jorge. Otro para el de Narea. De hecho, en el último año han andado los dos de gira presentando canciones que no he escuchado. Y que no quiero escuchar. También hizo lo mismo con Jorge con el proyecto Los Dioses, probablemente lo más horrible que han hecho los dos o Jorge post Los Prisioneros. En “Mi Vida Como Prisionero” Claudio Narea expía sus demonios. Cuenta sus tribulaciones. Los dolores de pertenecer a la banda. Su renuncia a la amistad con González. Nunca más pudo ser lo mismo de San Miguel. Cuenta historias escabrosas de mails y locuras de personajes misteriosos que solo son comparables a los personajes de las películas de David Cronenberg. Y se lamenta y cuenta de sus enfermedades, de la mala suerte que lo persiguió durante años. Del pasar de la pobreza a verse con los bolsillos llenos de plata con la vuelta de Los Prisioneros, cuando se le olvidó que el loco que estaba al lado suyo ante 120 mil personas había sido el amante de su esposa. Habla de Los Profetas y Frenéticos, del cariño de la gente en la calle, de los discos solistas, del desamor, del no tener donde caerse muerto, de su expulsión de Los Prisioneros después del disco nuevo una vez que Los Prisioneros volvían. De sus aportes casi nulos en el estudio y de sus transformaciones. De sus actitudes de buen samaritano. Yo lo vi lavarse los dientes una vez cuando le pedí que fuera a tocar al Arcis en una fiesta de la universidad y no quiso. Y me quedó marcado cuando le impactó tanto que Jorge le pidiera usar su cepillo de dientes. “Miguel es mi amigo pero contigo es distinto”. Esa frase no se le olvidó a Narea. Y lo explica en su libro. Hace lecturas de eso y otras cosas y uno podría interpretarlo como algo más sano que un queso fresco. Este es un documento válido para los anales del rock chileno. De la música chilena. Sin querer tal vez Narea habla de su responsabilidad en los dos grandes quiebres de Los Prisioneros. Ahora, claro, Los Prisioneros son ellos 3. Es como Soda Stereo sin Zeta. O Los Tres sin Pancho Molina. “Corazones” es lo más grande de Los Prisioneros... Pero “Manzana” es para coleccionistas obsesos como yo. “Mi Vida Como Prisionero” a veces sorprende. Otras veces no. Si se conoce a la banda, a Jorge, a Miguel, a Narea, no sorprende tanto. Si no es para tanto. Lo que pasa es que así es la vida de los artistas. Y esa es la gracia. Que los artistas sean personajes de una especie de novela y que siempre estén rompiendo esquemas. Si no los rompen, son artistas a medias. Dejémonos de llorar.

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